viernes, 26 de diciembre de 2014

¡Salvemos la Navidad!

La Navidad corre peligro. Nuestras ciudades lucen sus mejores galas, pero por sus calles circulan todavía muchos corazones cerrados al amor. En esta Navidad dejémonos sumergir en la experiencia única que supone sentir que Dios se ha hecho uno de nosotros.
La Navidad corre peligro. Nuestras ciudades y pueblos se llenan de luces y esplendor. Lucen sus mejores galas, muestran sus mejores ofertas… Pero por sus calles circulan todavía muchos corazones cerrados al amor, vacíos de afecto, oprimidos por el egoísmo que los aleja del otro... Son corazones demasiado autosuficientes para poder ver el hambre y la sed, el abandono y la desesperación, la injusticia y sus consecuencias. Así las cosas, se nos apagó el pesebre, se heló el aliento que podía dar calor y se fundieron los plomos que alumbraban la esperanza; no veremos llegar a los pastores, ni la estrella de Oriente y nos perderemos ese gran acontecimiento del año: el nacimiento de Jesús. 

La Navidad no es un cuento de niños, sino la respuesta de Dios al drama de la humanidad. Respuesta que nace de un niño que viene para todos, pero que se acerca con preferencia a los que casi veían arrebatada toda esperanza, a los que quedaron fuera… La Navidad es la revolución de la ternura; una invitación a lo que, en alguna ocasión, nos ha llamado el papa Francisco: a "correr el riesgo del encuentro con el rostro del otro, con su presencia física que interpela, con su dolor y sus reclamos"; y también, claro está, "con su alegría que contagia en un constante cuerpo a cuerpo".

Tocar la Navidad es decirle "no" a la indiferencia, "no" a la seguridad garantizada desde la injusticia, "no" al bienestar propio sin tener en cuenta las urgentes necesidades de los demás, "no" a la pasividad frente a tantos urgentes desafíos. Las dificultades, la incertidumbre y la crisis económica que se vive en nuestras sociedades y que toca a la humanidad entera han de constituir, de hecho, una oportunidad, un estímulo para ir más allá de la oscuridad, de los cantos de sirena del dios dinero...

Salvemos la Navidad, dejémonos sumergir en la experiencia única que supone sentir que Dios se ha hecho uno de nosotros. Así podremos saborear su amistad divina, esa que nos anima a abrir las puertas al otro, a salir hacia las periferias del abandono y a acoger los escombros de los "desechados" para reconstruir su dignidad perdida, la esperanza de su maltratada vida.

Hay motivos para proclamar que ni mucho menos todo está perdido. Debemos reconocer, como lo ha hecho el propio papa Francisco, que en el contexto actual de crisis del compromiso y de los lazos comunitarios, son muchos los jóvenes que se solidarizan ante los males del mundo". "¡Qué bueno –exclama– que los jóvenes sean callejeros de la fe, felices de llevar a Jesucristo a cada esquina, a cada plaza, a cada rincón de la tierra". Estamos de Buena Nueva, de Navidad. ¡Vamos a celebrarlo!