jueves, 8 de octubre de 2015

Misioneros desde el convento

Teresa de Liseux modelo de muchos misioneros que cuidan de las misiones rezando desde sus conventos de clausura

El mes de octubre se inicia hoy con la fiesta de la Patrona de las Misiones, santa Teresa de Lisieux. Con esta fiesta misionera vamos preparando la Jornada Mundial de las Misiones, en la que los católicos recordamos la urgencia de la misión de la Iglesia, que no es otra que llevar la salvación de Jesucristo a todos los hombres del mundo.


Santa Teresita, que sintió “el violento deseo” de ser misionera, captó la esencia de la misión de una manera que no nos resulta fácil ver en este momento de la historia. Tal vez muchos de nosotros confundamos la misión con un “activismo frenético” o con un elevado altruismo que lleva a algunos “héroes” a los rincones más inhóspitos del planeta. No es eso la misión. Sin la noticia salvífica de la Redención, de la liberación del pecado, no hay misión.

La patrona de las misiones descubrió, con apenas 15 años, que podía ser misionera haciéndose carmelita, orando por la salvación de los hombres.
Nuestra mentalidad moderna se rebela: “¿Misionera encerrada en un convento? ¿Salvación eterna? Lo que los hombres necesitan es ser salvados aquí: comer, ser curados…”. Los misioneros conocen las necesidades de los pobres, sobre todo, porque las comparten con ellos. Pero saben también que, si no anuncian el Evangelio mientras sacian el hambre y curan los heridas de los necesitados, les ayudarán a tener una vida más digna, y tal vez a llegar a viejos, pero nunca tendrán el poder para librarlos de la muerte, y por muchas letras que les hayan enseñado, no les habrán preparado para el examen final del amor.

Como un eco que atraviesa los siglos, la santa protectora de las misiones sigue diciéndonos: “Me haré carmelita... para sufrir más y con esto salvar más almas”. El deseo de ser misionera desde el Carmelo se reavivó, cuando Teresita descubrió que el convento de Lisieux en el que entraría había sido la matriz del primer Carmelo de Oriente, que se había fundado en Saigón unos veinte años antes, a petición de monseñor Domingo Lefebvre. Como Teresita, también este santo obispo sabía que era necesario contar con “un grupo de almas orantes que se inmolaran por aquella misión para que cesasen las persecuciones tan horrendas y sangrientas contra los misioneros de Annam”.

Es verdad que la santa de Lisieux había nacido y crecido en un contexto que facilitaba su entusiasmo por las misiones. La Francia de finales del siglo XIX y comienzos del XX fue fecunda en frutos misioneros, pero también hoy miles de personas siguen entusiasmadas por la misión. Y no solo son misioneros y misioneras que predican el Evangelio en las selvas o las montañas, que curan enfermos o enseñan a los niños… Sigue habiendo misioneros que salen ahora de nuestras fronteras y atraviesan miles de kilómetros para encerrarse en monasterios de territorios de misión: carmelitas (como santa Teresita) que rezan en India, Filipinas, Guinea Ecuatorial o en diversos países de Sudamérica; pero también cistercienses, oblatas de Cristo Sacerdote, cartujos, trapenses… y un largo etcétera, que, en distintos monasterios sembrados por Asia, América o África, son también fruto de la misión universal de la Iglesia.

Tenemos una legión de grandísimos misioneros que sintonizan, con su propio acento, con el anhelo expresado por Teresita desde el convento: “Desearía ser enviada al Carmelo de Hanoi para sufrir mucho por Dios. Si me curo, quisiera ir allí para vivir enteramente sola, sin alegría ni consuelo alguno en la tierra. Ya sé que Dios no necesita de nuestras obras, y aun estoy segura de que allí no prestaría yo servicio alguno, pero sufriría y amaría. Esto es lo que cuenta a los ojos de Dios”.

Y un apunte más para terminar. Si pocas veces recordamos a nuestros misioneros “contemplativos”, con demasiada frecuencia olvidamos a otros misioneros orantes y sufrientes, los “enfermos misioneros”, que tienen también en santa Teresita no solo a su Patrona, sino un ejemplo donde mirarse: “Estoy convencida de la inutilidad de los remedios que tomo para curarme. Pero me las he arreglado con Dios para que se aprovechen de ellos los pobres misioneros, que ni tienen tiempo ni medios para curarse. Pido a Dios que los cuidados que a mí me prodiguen les curen a ellos”.

La vida terrena no bastó a santa Teresita para rezar por las misiones. Por eso hizo una novena a san Francisco Javier (el otro Patrón de las Misiones), en la que le pidió “la gracia de hacer el bien después de mi muerte”, y, a decir de la santa francesa, “estoy segura de haberla conseguido, porque por medio de esta Novena se obtiene todo aquello que se desea”.

Dora Rivas
OMP España - Comunicación con los misioneros