En
este Domund de 2015, tan cercana la celebración de su fiesta y en el año
jubilar del V centenario de su nacimiento, es obligado el hacer referencia a
Santa Teresa, misionera Jesús.
Ya en su infancia, como
una premonición de lo que habría de ser su vida y su ardor misionero, la descubrimos, junto con hermano Rodrigo,
escapándose de casa para ir a dar testimonio de su fe y amor a Cristo en tierra
de moros.
Más tarde, en el
Carmelo, es grande su solicitud por las
almas que se pierden por no conocer ni seguir a Cristo. El detonante, que hace
remover, desde lo más profundo del alma, su ser misionero es el sermón de un
franciscano, venido de las Indias. Escuchemos los que nos dice de todo ello la Santa:
“A los cuatro años ( de la fundación
del Carmelo de S. José), me parece era algo más, acertó a venirme a ver un
fraile franciscano, llamado fray Alonso Maldonado, muy gran siervo de Dios y
con los mismos deseos del bien de las almas que yo; pero él podía ponerlos por
obra, por lo que le tuve mucha envidia. Este venía de las Indias, poco había.
Comenzóme a contar de los muchos millones de almas que allí se perdían por
falta de doctrina e hízonos un sermón y plática animándonos a la penitencia. Y
cuando se fue, quedé tan lastimada de la
perdición de tantas
almas que no cabía en mí. Fuíme a una ermita con muchas lágrimas; clamaba a
Nuestro Señor, suplicándole me diese
medio cómo yo pudiese hacer algo para ganar algún alma para su servicio, pues
tantas llevaba el demonio, y que pudiese mi oración algo, ya que yo no era para
más. Había gran envidia a los que podían, por amor de Nuestro Señor, emplearse
en esto, aunque pasasen mil muertes. Y así me acaece que cuando en las vidas de
los santos leemos que convirtieron almas, mucha más devoción me hace esto y más
ternura y más envidia, que todos los martirios que padecen (por ser ésta la
inclinación que Nuestro Señor me ha dado), pareciéndome que tiene más valor un
alma, que por nuestra industria y oración ganásemos mediante su misericordia,
que todos los servicios que le podemos hacer”. (Fundaciones 1,7).
Esta cita del libro de las
fundaciones es claro testimonio del ardor misionero de Teresa, que intentará llevar adelante con todos los medios a su
alcance: por medio de su oración y la de
su monjas, por medio de sus fundaciones y también poniendo todo su empeño en en mandar misioneros a esas tierras, donde
tantas almas se perdían ,y ella, en persona, no podía ir a misionar.
Este ardor misionero lo contagia a
un joven carmelita descalzo, el padre Jerónimo Gracián que, llegado a
provincial, atendiendo los requerimientos de la Madre Teresa, manda
desde Lisboa una primera remesa de
Frailes carmelitas al Congo de Etiopía.
Estos no pueden llegar a su destino, pues naufragan en medio del océano. Y a
este envío le siguen otros a distintos lugares, Méjico, etc.
El padre Gracián, fiel discípulo de
Teresa Misionera, escribe: “El más alto fin de la religiones más
perfectas, como dice Santo Tomás, es
llevar almas para el cielo. Bien entendió la madre Teresa de Jesús ser esta la
vocación de nuestra orden del Carmen de los descalzos: oración y celo de almas, no contradecir a nuestra
regla, el púlpito y las conversiones. Y
quien quisiere ver este espíritu de la orden del Carmen de los descalzos, en
todo punto y perfección, tratando con la madre Teresa de Jesús, hallará una
oración tan alta como se colige de sus libros y un celo de almas tan encendido que mil veces suspiraba poder tener
libertad, talentos y oficios, que tienen los hombres, para traer almas a Dios
predicando, confesando y convirtiendo a gentiles, hasta derramar la sangre por
Cristo. De aquí nació criarnos a todos en esta vocación de ir
a convertir gentiles”.
Que Santa Teresa nos contagie su ardor apostólico y nos conceda
a todos ser verdaderos discípulos y misioneros
de Jesús, como lo fue ella.