viernes, 2 de octubre de 2015

SANTA TERESA, MISIONERA DE JESÚS:

En este Domund de 2015, tan cercana la celebración de su fiesta y en el año jubilar del V centenario de su nacimiento, es obligado el hacer referencia a Santa Teresa, misionera Jesús.
Ya en su infancia, como una premonición de lo que habría de ser su vida y su ardor misionero,  la descubrimos, junto con hermano Rodrigo, escapándose de casa para ir a dar testimonio de su fe y amor a Cristo en tierra de moros.
Más tarde, en el Carmelo, es  grande su solicitud por las almas que se pierden por no conocer ni seguir a Cristo. El detonante, que hace remover, desde lo más profundo del alma, su ser misionero es el sermón de un franciscano, venido de las Indias. Escuchemos los que nos dice  de todo ello la Santa:
“A los cuatro años ( de la fundación del Carmelo de S. José), me parece era algo más, acertó a venirme a ver un fraile franciscano, llamado fray Alonso Maldonado, muy gran siervo de Dios y con los mismos deseos del bien de las almas que yo; pero él podía ponerlos por obra, por lo que le tuve mucha envidia. Este venía de las Indias, poco había. Comenzóme a contar de los muchos millones de almas que allí se perdían por falta de doctrina e hízonos un sermón y plática animándonos a la penitencia. Y cuando se  fue,  quedé tan lastimada de la
perdición de tantas almas que no cabía en mí. Fuíme a una ermita con muchas lágrimas; clamaba a Nuestro Señor, suplicándole me  diese medio cómo yo pudiese hacer algo para ganar algún alma para su servicio, pues tantas llevaba el demonio, y que pudiese mi oración algo, ya que yo no era para más. Había gran envidia a los que podían, por amor de Nuestro Señor, emplearse en esto, aunque pasasen mil muertes. Y así me acaece que cuando en las vidas de los santos leemos que convirtieron almas, mucha más devoción me hace esto y más ternura y más envidia, que todos los martirios que padecen (por ser ésta la inclinación que Nuestro Señor me ha dado), pareciéndome que tiene más valor un alma, que por nuestra industria y oración ganásemos mediante su misericordia, que todos los servicios que le podemos hacer”. (Fundaciones 1,7).
Esta cita del libro de las fundaciones es claro testimonio del ardor misionero de Teresa, que intentará  llevar adelante con todos los medios a su alcance: por medio de su oración y la  de su monjas, por medio de sus fundaciones y también  poniendo todo su empeño en  en mandar misioneros a esas tierras, donde tantas almas se perdían ,y ella, en persona, no podía ir a misionar.
Este ardor misionero lo contagia a un joven carmelita descalzo, el padre Jerónimo Gracián que, llegado a provincial,  atendiendo  los requerimientos de la Madre Teresa, manda desde Lisboa una  primera remesa de Frailes carmelitas al Congo de  Etiopía. Estos no pueden llegar a su destino, pues naufragan en medio del océano. Y a este envío le siguen otros a distintos lugares, Méjico, etc.
El padre Gracián, fiel discípulo de Teresa Misionera, escribe: “El más alto fin de la religiones más perfectas, como dice Santo Tomás,  es llevar almas para el cielo. Bien entendió la madre Teresa de Jesús ser esta la vocación de nuestra orden del Carmen de los descalzos: oración y celo de almas, no contradecir a nuestra regla,  el púlpito y las conversiones. Y quien quisiere ver este espíritu de la orden del Carmen de los descalzos, en todo punto y perfección, tratando con la madre Teresa de Jesús, hallará una oración tan alta como se colige de sus libros y un celo de almas tan encendido que mil veces suspiraba poder tener libertad, talentos y oficios, que tienen los hombres, para traer almas a Dios predicando, confesando y convirtiendo a gentiles, hasta derramar la sangre por Cristo.   De aquí  nació criarnos a todos en esta vocación de ir a convertir gentiles”.

Que Santa Teresa  nos contagie su ardor apostólico y nos conceda a todos ser  verdaderos discípulos y misioneros de Jesús, como lo fue ella.