domingo, 4 de septiembre de 2016

La Madre teresa de Calcuta, misionera de la Iglesia.

La Madre Teresa será proclamada santa el próximo domingo. El Papa Francisco ha querido que su beatificación sea en el Año de la Misericordia.




José María Calderón, Delegado de Misiones de Madrid y coordinador en España del Movimiento Corpus Christi, hace una semblanza esta "gran misionera de la Iglesia", publicada en la revista Supergesto

Hablar de Madre Teresa es muy fácil, es un personaje que, a pesar de haber fallecido hace casi 20 años, todos conocemos, sabemos quién es y a qué dedicó su vida. Madre Teresa destaca por ser una misionera. Su vida no se entiende en absoluto sin ese condicionante. Ella es misionera de la Iglesia. Así se definía a sí misma: "Por nacimiento soy albanesa, soy de ciudadanía india, soy monja católica. Por profesión pertenezco al mundo entero. Por corazón pertenezco por completo al Corazón de Jesús".

Muchos la han visto como una gran trabajadora junto a los más pobres de entre los pobres. De hecho, el Santo Padre Francisco se alegra especialmente de poder canonizarla en este año en el que la Iglesia propone de modo profundo y serio la misericordia de Dios. Madre Teresa con su obra, las Misioneras de la Caridad, puede ser una preciosa propuesta de cómo vivir todas y cada una de las 14 obras de misericordia. Sin embargo, para Madre Teresa toda esa vida de entrega, de servicio y de amor a los más abandonados es fruto de su ser religiosa misionera. Ella, por encima de todo, es una persona enamorada de Cristo, y no tiene otra intención que saciar la sed que Jesús manifestó en la cruz, acercándole el amor de los más pobres y abandonados: "Nuestra vocación no es el trabajo, sino Cristo y saciar su sed".

Ser misionera quiere decir llevar a Cristo. Por eso, en 1946, Jesús le mostró en un momento determinado a un gran grupo de chicos harapientos, hambrientos, que le gritaban: “¡Tráenos a Jesús!”. El Señor mismo le interpelaba: "¿Ves a estos chicos? ¡No me aman! ¿Sabes por qué? Porque no me conocen. Ve tú, sé mi luz para ellos". Llevar a Cristo a los que menos tienen. Saciar la sed de Jesús, saciando el hambre de Dios de quienes nadie se acuerda. Esa es su intención, ese es su único deseo.

Su trabajo no era una simple metodología para su apostolado, a modo de engaño, sino un servicio silencioso, discreto, a través del cual mostraba el amor de Dios a quienes menos experiencia parecían tener de Él. Por eso sus obras de caridad no son simples gestos o querer sacar de un aprieto momentáneo a quien lo padece, sino que: "Alimentamos al hambriento no solo con pan, sino con la palabra de Dios; quitamos la sed del sediento no solo con agua, sino también con conocimiento, paz, verdad, justicia y amor; vestimos al desnudo no solo con ropas, sino también con dignidad humana; hospedamos al peregrino no solo con un techo, sino con un corazón que le entiende, que le arropa, que le ama; atendemos al enfermo no solo en su cuerpo, sino en su alma y en su mente". Quiere amar con el corazón de Cristo a aquellos con los que se encuentra. Porque todos necesitamos amar y ser amados; en eso no hay diferencia de raza, color, lengua, religión o cultura.
Madre Teresa se consideraba una privilegiada, ¡podía tocar a Cristo en todo momento! Ella veía, en los pobres a quienes servía, a Cristo; de hecho su expresión era que la pobreza de aquellas personas era el "terrible disfraz" con el que se vestía el Señor.
Toda su espiritualidad se apoyaba en tres grandes convicciones: confianza amorosa en Dios Padre misericordioso; entrega total a Dios, el único merecedor de su corazón; y la alegría, fruto de saberse amada, cuidada, perdonada, abrazada por Jesucristo. Por eso, aunque su vida destaca por su entrega a los más pobres de entre los pobres, ella se definía como contemplativa. No entendía su vida sin una relación íntima con Cristo. En su carta para la Cuaresma de 1996 la beata escribía a sus colaboradores laicos: "Nosotros necesitamos esta unión íntima con Dios en nuestra vida cotidiana. Y ¿cómo podemos conseguirla? ¡A través de la oración!".

San Juan Pablo II, que la trató personalmente y que tenía con ella una relación hermosa de complicidad, la beatificó el 19 de octubre de 2003, coincidiendo ese año con la Jornada del DOMUND. En su homilía nos dijo a los que estábamos allí: "¿No es acaso significativo que su beatificación tenga lugar precisamente en el día en que la Iglesia celebra la Jornada Mundial de las Misiones? Con el testimonio de su vida, Madre Teresa recuerda a todos que la misión evangelizadora de la Iglesia pasa a través de la caridad, alimentada con la oración y la escucha de la palabra de Dios. Es emblemática de este estilo misionero la imagen que muestra a la nueva beata mientras estrecha, con una mano, la mano de un niño, y con la otra pasa las cuentas del rosario. Contemplación y acción, evangelización y promoción humana: Madre Teresa proclama el Evangelio con su vida totalmente entregada a los pobres, pero, al mismo tiempo, envuelta en la oración".

Esa es mi visión de una mujer cuyo atractivo no estaba en su apariencia física, sino en su gran corazón, y de la que yo, sin haberla tratado nunca, he aprendido tanto y pienso, con sinceridad, en la que los jóvenes pueden descubrir tantas cosas importantes para su vida.



José María Calderón
Artículo de la revista Supergesto, septiembre 2016