“¡SIGUEME!”
Para entender bien el
lema debemos hacernos, de entrada, dos
preguntas: La primera: ¿Quién es el que nos dirige esta llamada a seguirle? Es
nuestro Señor Jesucristo. Y la segunda es: ¿A quién se la dirige? Se la dirige
a todos los hombres; pero en esta Jornada os la dirige concretamente a
vosotros, los niños.
Cuando nuestros padres
nos llevaron a la Iglesia a bautizarnos, no sólo quedamos hechos hijos de Dios,
sino que, además, fuimos constituidos discípulos-misioneros de Jesús.
Seguro que todos
recordáis cómo en el Evangelio Jesús dijo a algunos (a Andrés y Pedro, a
Santiago y a Juan…):” Ven y sígueme. Y ellos dejándolo todo lo siguieron” (Mat.
4, 18-22). Jesús los instruyó y los hizo primero sus discípulos y, después, los mandó a
todo el mundo a predicar el evangelio, haciéndoles sus misioneros.
Y como sospecho que no
sabéis muy bien cómo seguir a Jesús y cómo ser sus discípulos-misioneros, vamos
a tratar de recordarlo a todos, tanto a los mayores como a los pequeños. Seguir
a Jesús y ser sus discípulos-misioneros no
es estar bautizado y luego vivir como un
pagano ni hacer la primera comunión por pura tradición para celebrar una fiesta
en que recibimos muchos regalos ni asistir a las clases de religión o a
catequesis sin poner mucho interés ni confirmarse para luego poder casarse por
la Iglesia, como algunos dicen, ni ir a un colegio religioso sin más, etc.
Un astrofísico, Michael
H. Hart, publicó un libro en 1978: “Las cien personas más influyentes en la
historia”. Jesucristo aparecía en la lista; pero en tercer lugar. ¿Por qué? En
opinión de Hart la influencia de Jesús en el mundo ha disminuido
considerablemente por aquellos que dicen seguirlo, pero no viven sus
enseñanzas.
Seguir a Jesús y ser su
discípulo-misionero es: 1/ Amarle de verdad no solo con la boca, sino en las
obras. 2/ Estar unidos a él por medio de la oración y la gracia. 3/ tratar de
comportarnos como Él nos enseña en el Evangelio. 4/ Ir a catequesis y a las
clases de religión con un gran interés de conocerle más y más. 5/ Frecuentar el
sacramento de la confesión y asistir a la santa Misa, recibiendo la comunión
bien preparado.6/ portarse bien con los
padres, con los maestros, con los compañeros…, como hacía Jesús. 7/ tener muy presente a
los que tienen necesitad, para ayudarles ( el lema general de Infancia
Misionera es:” Los niños ayudan a los niños” -con su oración y limosna-). 8/ Tomarse
en serio los estudios y abrir bien los oídos para escuchar lo que nos pide
Jesús ser en esta vida, sin cerrarse a nada, tampoco a ser sacerdote, religiosos
y misioneros. 9/ Dar testimonio de nuestro amor a Jesús allí donde estemos: 10/
Tratar de vivir siempre alegres nuestra fe, viviendo como buenos hijos de Dios.
¡Seguir a Jesús y ser sus discípulos-misioneros no
vale la pena, vale la vida!,
porque es nuestro Dios, Aquél que ha muerto para salvarnos y nos dice: “Yo soy
el camino la verdad y la vida, el que me sigue no camina en la tiniebla, sino
que tendrá la luz de la vida” (Jn. 14,6ss). Seguir a Jesús no vale la pena, vale
la vida, para ayudarle a implantar en el mundo el Reino de Dios, la
Civilización del Amor.
A veces experimentamos que seguir a Jesús y ser sus
discípulos-misioneros cuesta; es cierto, pues hay cosas personales o que nos ofrece el mundo que no tenemos fuerzas para renunciar a ellas. El
mismo Jesús nos lo recuerda: “Sin mí no podéis hacer nada” (Jn. 15,5). Pero Él
está siempre junto a nosotros para ayudarnos, y nos dice: “Pedid y se os dará”
(Mat. 7, 7-11). Aunque esto hay que entenderlo bien. Lo que os digo
seguidamente lo aclara.
Hace unos días recibí
un WhatsApp que decía “No le pidas a Jesús que te ayude a seguirle, si tú no
está primero dispuesto a mover los pies”. ¡Genial! ¿Verdad?
¿Nosotros somos de los
que queremos seguir a Jesús? Por todo lo que hemos dicho, no olvidemos, que a
esto hay que contestar no sólo con
palabras, sino con nuestra vida.