Nos va a nacer un Niño, que es Dios. Como la carne oculta la divinidad, las palabras ocultan el misterio. Por eso, hace falta que la fe venga en nuestra ayuda, para abrirnos a la maravilla de un acontecimiento que puede pasarnos desapercibido por su exceso.
Pedimos, pues, la fe, para entrar en estas cuatro semanas, que son una oportunidad de oro que la Iglesia nos ofrece para preparar la venida al Señor. No las desaprovechemos, el tiempo se esfuma con rapidez. La belleza de los textos litúrgicos nos ayudará a entrar poco a poco, y de forma creciente, en un clima de expectación y de silencio, que nos dispondrá para disfrutar de verdad de la alegría desbordante del nacimiento de Dios.
Cada salmo, cada himno, cada lectura, cada pequeño sacrificio, cada plegaria, cada gesto de amor… preparan el camino al Señor. Abramos senderos para que este Niño del cielo venga a morar en nuestro corazón y se quede en él para siempre.
Pero “Dios con nosotros”, no es sólo Dios conmigo, es un Dios para todos. Llevémoslo al mundo. ¡Qué necesidad tienen los hombres de esta noticia! ¡Cómo necesitan saber que hay un Dios que les ama y se hace cercano para compartir sus vidas, nuestras vidas! ¡Un Dios misionero! Un Dios que sale de sí mismo para hacerse nuestro compañero de ruta, y sobre todo, para indicarnos qué destino nos espera, a qué esperanza hemos sido llamados.