Teresa de Liseux modelo de muchos misioneros
que cuidan de las misiones rezando desde sus conventos de clausura
El mes de octubre se inicia hoy con la fiesta de la
Patrona de las Misiones, santa Teresa de Lisieux. Con esta
fiesta misionera vamos preparando la Jornada
Mundial de las Misiones, en la que los católicos recordamos
la urgencia de la misión de la
Iglesia, que no es otra que llevar la salvación de
Jesucristo a todos los hombres del mundo.
Santa Teresita, que
sintió “el violento deseo” de ser misionera, captó la esencia de la misión de
una manera que no nos resulta fácil ver en este momento de la historia. Tal
vez muchos de nosotros confundamos la misión con un “activismo frenético” o
con un elevado altruismo que lleva a algunos “héroes” a los rincones más
inhóspitos del planeta. No es eso la misión. Sin la noticia salvífica de la
Redención, de la liberación del pecado, no hay misión.
La patrona de las
misiones descubrió, con apenas 15 años, que podía ser misionera haciéndose
carmelita, orando por la salvación de los hombres.
Nuestra mentalidad
moderna se rebela: “¿Misionera encerrada en un convento? ¿Salvación eterna?
Lo que los hombres necesitan es ser salvados aquí: comer, ser curados…”. Los
misioneros conocen las necesidades de los pobres, sobre todo, porque las
comparten con ellos. Pero saben también que, si no anuncian el Evangelio
mientras sacian el hambre y curan los heridas de los necesitados, les
ayudarán a tener una vida más digna, y tal vez a llegar a viejos, pero nunca
tendrán el poder para librarlos de la muerte, y por muchas letras que les
hayan enseñado, no les habrán preparado para el examen final del amor.
Como un eco que
atraviesa los siglos, la santa protectora de las misiones sigue diciéndonos:
“Me haré carmelita... para sufrir más y con esto salvar más almas”. El deseo
de ser misionera desde el Carmelo se reavivó, cuando Teresita descubrió que
el convento de Lisieux en el que entraría había sido la matriz del primer Carmelo
de Oriente, que se había fundado en Saigón unos veinte años antes, a petición
de monseñor Domingo Lefebvre. Como Teresita, también este santo obispo sabía
que era necesario contar con “un grupo de almas orantes que se inmolaran por
aquella misión para que cesasen las persecuciones tan horrendas y sangrientas
contra los misioneros de Annam”.
Es verdad que la santa
de Lisieux había nacido y crecido en un contexto que facilitaba su entusiasmo
por las misiones. La Francia
de finales del siglo XIX y comienzos del XX fue fecunda en frutos misioneros,
pero también hoy miles de personas siguen entusiasmadas por la misión. Y no
solo son misioneros y misioneras que predican el Evangelio en las selvas o
las montañas, que curan enfermos o enseñan a los niños… Sigue habiendo
misioneros que salen ahora de nuestras fronteras y atraviesan miles de
kilómetros para encerrarse en monasterios de territorios de misión:
carmelitas (como santa Teresita) que rezan en India, Filipinas, Guinea
Ecuatorial o en diversos países de Sudamérica; pero también cistercienses,
oblatas de Cristo Sacerdote, cartujos, trapenses… y un largo etcétera, que,
en distintos monasterios sembrados por Asia, América o África, son también
fruto de la misión universal de la
Iglesia.

Tenemos una legión de
grandísimos misioneros que sintonizan, con su propio acento, con el anhelo
expresado por Teresita desde el convento: “Desearía ser enviada al Carmelo de
Hanoi para sufrir mucho por Dios. Si me curo, quisiera ir allí para vivir
enteramente sola, sin alegría ni consuelo alguno en la tierra. Ya sé que Dios
no necesita de nuestras obras, y aun estoy segura de que allí no prestaría yo
servicio alguno, pero sufriría y amaría. Esto es lo que cuenta a los ojos de
Dios”.
Y un apunte más para
terminar. Si pocas veces recordamos a nuestros misioneros “contemplativos”,
con demasiada frecuencia olvidamos a otros misioneros orantes y sufrientes,
los “enfermos misioneros”, que tienen también en santa Teresita no solo a su
Patrona, sino un ejemplo donde mirarse: “Estoy convencida de la inutilidad de
los remedios que tomo para curarme. Pero me las he arreglado con Dios para
que se aprovechen de ellos los pobres misioneros, que ni tienen tiempo ni
medios para curarse. Pido a Dios que los cuidados que a mí me prodiguen les
curen a ellos”.
La vida terrena no
bastó a santa Teresita para rezar por las misiones. Por eso hizo una novena a
san Francisco Javier (el otro Patrón de las Misiones), en la que le pidió “la
gracia de hacer el bien después de mi muerte”, y, a decir de la santa
francesa, “estoy segura de haberla conseguido, porque por medio de esta
Novena se obtiene todo aquello que se desea”.
Dora Rivas
OMP España -
Comunicación con los misioneros
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