Estamos en los
prolegómenos de un nuevo año litúrgico, que comenzó el primer domingo de
adviento, es decir, el día 29 de Noviembre.
En el transcurso del
año litúrgico o eclesiástico la Iglesia celebra los principales acontecimientos
de nuestra salvación, cuyo protagonista esencial es Nuestro Señor Jesucristo,”
porque no hay bajo el cielo otro nombre
dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos” (Hechos 4,12).
A la celebraciones del
Señor, dentro del año litúrgico, se unen la de los profetas, los ángeles, las
de la Virgen María y San José, la de los apóstoles y los santos, que han sido
actores en esa salvación; unos preparándola, otros colaborando directamente en ella como la
Virgen y San José, y otros extendiéndola
y llevándola a todos los hombres, conforme al mandato misionero del
Señor: “Id al mundo y proclamad la buena noticia a toda la creación. El que
crea y se bautice se salvará. El que no crea se condenará” (Mac. 16, 15-16),
La característica
especial del nuevo año litúrgico es que ha sido proclamado por el papa
Francisco año santo de la Misericordia,
que abrirá sus puertas el día de la Inmaculada.
La palabra jubileo se
inspira en el término hebreo “YOBEL”, que alude al cuerno del
cordero con el que se anunciaba el comienzo del Año Jubilar. Jubileo también
tiene una raíz latina, “IUBILUM”
que expresa un grito de alegría.
Los hebreos celebraban un jubileo cada 50 años. Durante él se debía
restituir la igualdad entre los hijos de
Israel.
Por eso a los pobres y desposeídos se les condonaban deudas, se restituían las
tierras que habían pasado a manos de otros propietarios, se condecía la
libertad a quienes la había perdido, cayendo en la esclavitud, etc.
Para los ricos el año
jubilar era un recuerdo de que el verdadero Señor de todo era Dios y que los
bienes de la tierra Dios los había creado para todos los hombres.
Todo esto estaba
fundado en la justicia de Israel, pues esta Justicia consistía, sobre todo, en
la protección de los débiles.
Imitando al Pueblo
escogido, como acabamos de subrayar, la Iglesia Católica implantó la
celebración de los años Jubilares. Fue el papa Bonifacio VIII el que celebró el
primer jubileo en el 1300, instituyendo
su celebración cada 100 años. Pero posteriormente se determinó que su celebración fuese cada 25 años para que
cada generación pudiera participar de las gracias especiales del mismo.
En la tradición
católica, el Jubileo consiste en que durante un año se conceden
beneficios y gracias abundantes a los
fieles, que se concretan en la llamada indulgencia plenaria, por la que se
perdonan a los fieles no sólo los pecados, sino también todas las penas temporales
debidas a los mismos y aún no
satisfechas.
Para que esto sea
posible hay que cumplir con ciertas disposiciones eclesiales establecidas por
el Vaticano, como por ejemplo:
Ø Hacer
una peregrinación o visita a algún
santuario, que ha sido designado como jubilar.
Ø Asistir
a algún acto litúrgico, que se ha concretado por la jerarquía competente.
Ø Confesar
y comulgar entre los 15 días anteriores o posteriores a la visita al lugar o a
la participación en el acto litúrgico.
Ø Detestar
positivamente el pecado.
Ø Profesar
la fe católica, rezando el credo.
Ø Y
rezar por las intenciones del Santo
Padre.
Además de los años
jubilares ordinarios, que, como decíamos,
se repiten cada cuarto de siglo, se pueden celebrar años jubilares
extraordinarios. Es lo que ha determinado el papa Francisco, al decretar que
este año litúrgico de 2016 se celebre el año de la Misericordia.
Con ello el papa invita
a todos los hombres a volver su
mirada a Dios, “Rico en misericordia” (Efesios
2, 4), y cuyo rostro se ve reflejado en
su Hijo Jesucristo, nuestro Salvador, “Imagen visible de Dios invisible” (Col. 1,15).
“Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar y condenar al mundo,
si para que el mundo se salve por Él” (Jn. 3. 17).
Juan
José Plaza Domínguez.
Delegado
diocesano de misiones.