En los primeros días
del mes de Febrero, concretamente del 1 al 12, ha tenido lugar un Curso de Misionología en el Centro Internacional de Animación
Misionera de Roma, (CIAM), dependiente
de la Pontificia Universidad Urbaniana.
A ese curso asistimos
10 representantes de España, la mayoría directores diocesanos de las OMP, y
otros 10 representantes de países hispanoamericanos, a los que habría que sumar
otro de Guinea Ecuatorial.
La evaluación final
hecha por todos los asistentes fue muy positiva. Efectivamente, ha valido la pena hacer un
esfuerzo para asistir al Curso. Pero de manera especial lo vemos de gran ayuda
para los nuevos directores, que
comienzan su singladura. Así lo reconoció uno de ellos que asistió.
Hoy, a nuestras
Iglesias europeas, tentadas de pesimismo, les hace falta un aliento, un soplo
de aire fresco, para recobrar la vitalidad perdida.
Ese aliento y soplo de
aire fresco yo lo he percibido en Roma, al comprobar la presencia
de tantos obispos de Iglesias nuevas, que ocupan puestos de responsabilidad en
el Vaticano. También en tantos estudiantes y sacerdotes de América y, sobre todo, de África y de
Asia, preparándose para asumir distintas responsabilidades en sus seminarios,
repletos de seminaristas, en las curias
episcopales y en otros trabajos necesarios de sus diócesis
No, el Espíritu Santo,
que es el gran evangelizador, (permítaseme la expresión) no está de vacaciones,
está obrando maravillas en el mundo,
descubriéndole al verdadero Salvador,
a Jesucristo, “ Camino, verdad y vida” de todo hombre”.( Juan 14, 6).
El papa Juan Pablo II,
hoy ya santo, en su primer viaje a España dirigió, desde Santiago de
Compostela, a toda Europa un mensaje, que fue como un grito, para que
despertara de su letargo espiritual, cosa que parece aún no está sucediendo: “ ¡ Europa vuelve a ser tú misma,
vuelve a tus orígenes cristianos! “.
Esta es la gran
nostalgia e inquietud que Dios pone en el corazón de quienes hemos visto el contraste de esas Iglesias vivas, abiertas
al Espíritu Santo, y la Iglesias aletargadas o muertas del continente Europeo,
que antaño llevaron la fe de Cristo a todo el mundo.
Para que vuelva Europa a sus orígenes cristianos es necesario que “el
Resto” del Pueblo de Dios en Europa recobre la conciencia y responsabilidad de
su ser misionero, que le hacía exclamara a San Pablo: “¡Ay de mi si no
evangelizare”! (I Cor. 9, 16-19…).