(Es la cuarta obra de misericordia espiritual).
Sublime testimonio de perdón de un sacerdote Copto-católico de Egipto
Muchas cosas nos vino a
enseñar Jesucristo, el Hijo de Dios, a los hombres. Pero estoy seguro de que la
que más nos cuesta aprender a sus discípulos es el perdonar.
Tanto insistía el Señor
en que sus seguidores tenían que perdonar, que Pedro le pregunta: “¿Y hasta
cuantas veces tengo que perdonar a mi hermano, si me ofende? ¿Hasta siete
veces? Jesús le contesta: No digo yo hasta siete veces, sino hasta setenta
veces siete” (Mat. 18,21).
Y fue desde la suprema
cátedra de la Cruz, antes de morir, nos dio Jesús su última lección sobre el perdón,
pidiendo al Padre perdonara a sus verdugos: “Padre, perdónalos, porque no saben
lo que hacen” (Luc. 23,34).
Esta lección de perdón
dio sus frutos de conversión en el buen ladrón y en el centurión, que estaba al
pie de la Cruz, pues cuando Cristo expiró exclamó: “Este era verdaderamente
Hijo de Dios” (Mat. 27,54). La Misericordia, el perdón verdaderamente revela a Dios, lo que es en sí mismo, su presencia.
El perdón fue uno de
los distintivos de los primeros cristianos.
Los paganos no comprendían cómo
podían perdonar a los que les hacían mal. Sobre todo, cuando eran llevados al
martirio.
A veces nos viene a la
cabeza: ¿Quedan aún hombres que vivan esta obra de misericordia, al nivel de
los primeros cristianos? Pues sí. Ahí están nuestros hermanos cristianos
perseguidos de Siria, del Irak, Egipto…
Los días 6,7 y 8 de
Junio hemos tenido la Asamblea nacional de delegados de misiones y directores
de las OMP en el Escorial. El tema que centró nuestra reflexión en esos días
fue: “Los misioneros en tierra de conflicto”. En el programa de las asambleas
siempre existen testimonios respecto al tema tratado.
¡Que Dios sea bendito y
alabado! Nunca jamás he oído un testimonio tan sublime de perdón como le
escuché en nuestra asamblea al Padre Atef Tawadrous, sacerdote copto-católico
de Egipto.
Y no era solamente
sublime lo que nos contaba, sino cómo lo decía: la piedad, la unción
espiritual, la humildad, etc., que inundaban sus palabras. Se percibía que
todas sus expresiones estaban ungidas por el Espíritu Santo.
Atef vivía en un
pueblo. Su padre era el encargado de traer al sacerdote todos los meses para
que dijese la misa a la comunidad cristiana. Fue amenazado de muerte por ese
motivo. Pero él dijo que seguiría
trayéndole, aunque le costara la vida, como efectivamente ocurrió. Una noche
llegaron los musulmanes a su casa y delante de su mujer y de sus cuatro hijos
le mataron a puñaladas. Él tenía en aquel momento 8 años.
La madre, con sus cuatro hijos, se trasladaron a vivir a otro lugar. Atef
entró seminario. El día de su ordenación, en el besamanos se presentó delante de
él un señor y le dijo: “Vengo a que me perdones”. Atef le dijo: ¿Qué te tengo que perdonar? Y le
respondió: “Yo fui el que maté a tu padre”. A Atef se les saltaron las lágrimas
y también al patriarca, que le había ordenado y estaba presente. Pero inmediatamente
le dijo: “Yo te perdono”, pero vete no sea que alguien de mi familia se entere
y te pueda hacer daño.
A la semana se presentó
el asesino de su padre en la parroquia donde servía Atef y le dijo: “Yo quiero
ser cristiano y también mi familia”. (Esto nos revela que le evangelización y
la conversión de los hombres a Dios no es cuestión de palabras, sino de vida,
de testimonio).Y él les comenzó a dar la catequesis de preparación durante el
tiempo correspondiente, pero de forma oculta.
Mientras tanto el padre
Atef ejercía su sacerdocio entre los cristianos, que se reunían en casas a
celebrar la santa Misa. Recibieron amenazas de que si seguían celebrando las misas
se les quemarían. Lo que hicieron en algunas ocasiones. Los cristianos querían
vengarse, pero el padre Atef los contuvo y les dijo que había que perdonar. Los
musulmanes estaban en el mes del Ramadán y Atef les propuso ir a la puerta de
la mezquita. Al salir, los musulmanes del servicio religioso creían que estaban
allí para vengarse, pero no, se acercaban a ellos para felicitarles por el Ramadán
que estaban celebrando. Aquello desconcertó y admiró de tal manera a los
musulmanes, que ya no los volvieron a molestar.
Llegó el momento de
bautizar a la familia del asesino de su padre, cosa que hizo el mismo
Atef. Pero, al enterarse de ello lo
musulmanes les amenazaron con la cárcel, si se declaraban cristianos ante los
demás y a Atef matarle, si no se marchaba.
Es lo que tuvo que
hacer y lo que le mantiene fuera de su patria. Si vuelve en alguna ocasión,
regresa totalmente magullado por las palizas que recibe.
Yo doy gracias a Dios
por haber conocido a un “verdadero confesor de la fe”, a un testigo de
Jesucristo, que como los primeros cristianos, y actualmente los cristianos del
oriente medio y de tantos lugares del planeta, entienden y practican las
palabras de Jesús (Es decir la obra de misericordia de perdonar): “Habéis oído
que fue dicho: “amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo”. Pero yo os
digo: Amad a vuestros enemigos, orad por los que os persiguen” (Mat. 5,43).