(Sacerdote-misionero de la Diócesis de
Sigüenza-Guadalajara):
El 29 de Junio, fiesta
de San Pedro y San Pablo, moría el sacerdote diocesano y misionero, Don Luciano Ruíz. Nació en el
pueblo de Traid el 13 de Diciembre de 1928. En el momento de su fallecimiento
tenía 86 años.
Su
vocación sacerdotal: “Antes que yo te formara en el seno materno, te conocí, y
antes que nacieras, te consagré, te puse por profeta a las naciones ( Jer. 1,5).
Tras su formación, que
recibió en el Seminario de Sigüenza, fue ordenado sacerdote el 21 de Junio de
1953.
Estrenó su ministerio
sacerdotal en los pueblos de Ablanque, la Loma y Ribarredonda. Posteriormente
fue pastor de las parroquias de Baides, Viana de Jadraque y Huermeces.
El destino de nuestro
sacerdote misionero fue Perú, en la diócesis de Abancay. En ella permaneció
durante 30 años, realizando un inmenso trabajo tanto en el orden social como
espiritual. Para ello no ahorró ningún sacrificio, viajes, elaboración de
proyectos apostólicos, educativos,
sociales, etc. En ellos llegó a implicar al mismo Presidente de la Republica en
persona… “insistiendo a tiempo y a destiempo, con ocasión y sin ella” (II Tim.
4, 2). Todo para el bien de sus fieles, pues “había que salvar al hombre
entero Cuerpo y alma, corazón y conciencia,
inteligencia y voluntad” (G et S nº 3)
“Por
sus frutos los conoceréis” ( Mat. 7,20 )
Tras este breve
apunte biográfico, vamos a acercarnos ahora de puntillas, con respeto y admiración (no
queremos herir su humildad) para ver cómo era
D. Luciano. A conseguir este propósito
nos van a ayudar una serie testimonios, que tenemos por muy fidedignos:
Ø Los
feligreses de los pueblos que sirvió en España
nunca le han olvidado ni ha disminuido su amor hacia él, tanto por sus
cualidades humanas como sacerdotales.
Ø Los
seminaristas que tuvo en estos pueblos, ahora sacerdotes, manifiestan que era
un sacerdote ejemplar y muy desprendido, capaz de compartir con ellos incluso la moto, ¡que ya es decir!
Ø Los
compañeros misioneros en Perú, como Mariano Hermida, nos habla en un comunicado
de: “su humanidad, bondad, acogida y disponibilidad para cualquier servicio”.
Ø El
actual obispo de Abancay, en carta dirigida a D. Atilano para darle el pésame
por su muerte, también da testimonio de que era: “Un misionero infatigable por
los lugares más difíciles de las diócesis, lleno de sentido sobrenatural y buen
humor. Sacerdote fraterno de verdad, que le hacía capaz de cualquier sacrificio
por estar con los que estaban solos o alejados o celebraban su cumpleaños.
Nunca faltó a un retiro o reunión
pastoral o fiesta para compartir unos momentos de alegría. ¡Hasta con sus
versos!”(Era un gran aficionado a la
poesía).
A estos testimonio
quiero añadir el mío personal, como Delegado diocesano de misiones.
Ø Cuando
conocí a D. Luciano, ya había regresado a España ( año2004) desde Perú. Nos veíamos en los círculos de
formación que teníamos todas las semanas en el Centro de Cultura Teología del
Opus Dei en Guadalajara, pues ambos
pertenecíamos a la Asociación
Sacerdotal de la Santa Cruz.
Como
misionero, que era, me preguntaba frecuentemente por temas relacionados con la
Delegación de Misiones. Era un hombre íntegro y sencillo. Se le escapaba, a
veces, una sonrisa, muy peculiar por
algún comentario, nunca malévolo. Decía lo que tenía que decir sin que saliese
de él nunca una palabra ni de más ni de menos. Siempre estaba dispuesto a
escuchar nuestras confesiones. Y eran muy esperados, por todos, sus versos o
poesías, que acompañaban a los regalos, en la celebración de los Reyes.
Además de todos estos
testimonios, que hemos aportado, he dejado para el final el que me parece más
interesante, ofrecido por D. Rafael Iruela, párroco de Santiago de Guadalajara:
Ø En su funeral tuvo una la homilía, muy afectuosa el
Señor Obispo, D. Atilano. Pero en el momento de acción de gracias, tras la
comunión, tomó el micrófono D. Rafael para expresar sus sentimientos sobre D.
Luciano, que había sido su colaborador en la
parroquia. Lo calificó de hombre bueno, servicial, respetuoso, del que nunca hoyó una crítica.
Cuando alguien hacía alguna delante de él, lo disculpaba diciendo: “¡ Qui lo sait ¡ “;
destacó también su labor de confesonario. Y lo más importante de todo, afirmó con emoción que, cuando estaba rezando delante de su féretro, tenía la certeza de
que estaba rezando delante de un santo.
“Que los hombres sólo vean en nosotros servidores de
Cristo y administradores de los misterios de Dios. Ahora bien, en los administradores lo que se
busca es que cada cual sea fiel. (I Cor, 4, 1-5)
Creo que estas palabras de S. Pablo, en su
carta primera a los corintios, expresan muy certeramente lo que nos referían la
serie de testimonios que hemos aportado. Como resumen de todos ellos
podríamos afirmar que D. Luciano fue a
los ojos de cuantos le conocieron y trataron un administrador fiel de los
misterios de Dios, que le fueron confiados en el ministerio sacerdotal.
Esto lo podríamos traducir a otras palabras,
diciendo, como tanto le gustaba a San José María, que D. Luciano fue un
“sacerdote de cuerpo entero”, que gastó toda su vida en un incansable
entregarse a la acción de la Caridad Pastoral.
Terminamos estas líneas escritas con motivo de
la muerte de D. Luciano Ruíz, sacerdote, acudiendo, nuevamente a unas palabras
de San Pablo, para apropiárselas a nuestro hermano. Creemos firmemente que, al
final de su vida, D. Luciano, podía
decir como el apóstol San Pablo, el mayor de los misioneros: “He competido bien
la competición, he llegado a la meta en la carrera, he conservado la fe. ¡ Y
desde ahora me aguarda la corona de la justicia que aquel Día me entregará el
Señor, el Justo Juez; y no solamente a mí, sino también a todos los que hayan
esperado con amor su Manifestación” ( II Tes. 4, 7-8). Amén.
Que D. Luciano interceda en el cielo por todos
los sacerdotes de nuestra diócesis, de la diócesis de Abancay y de manera
especial por nuestros misioneros. Y que nos procure muchas vocaciones para nuestro Seminario.
Juan José Plaza Domínguez
Delegado diocesano de
misiones.