VOCACIÓN
Y MISIÓN
Narra
el Evangelio que Jesús, al ver a la gente, sintió compasión de ellos, porque,
mientras recorría pueblos y ciudades, los encontraba cansados y abatidos “como
ovejas que no tienen pastor” (Mt 9,36). De esa mirada de amor brotaba la invitación
a los discípulos: “Rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su
mies” (Mt 9,38); y envió a los Doce “a las ovejas perdidas de Israel”, con
instrucciones precisas.
Desde
entonces, se inicia la evangelización de los pueblos, y se comprueba cómo Dios
suscita numerosos discípulos en las comunidades cristianas que nacen del primer
anuncio y se consolidan con la celebración de la fe. Estas vocaciones en no
pocas ocasiones son zarandeadas por circunstancias dolorosas, como la
resistencia a la aceptación del mensaje, o incluso son expulsadas de la propia
tierra por ser seguidores de Jesús (cf. Hch 8,1-4). La vida evangelizadora de
Pablo es uno de tantos ejemplos, pero su respuesta ante la adversidad se
convierte en luz para futuros discípulos misioneros. Cuando es acusado de no
estar autorizado para el apostolado, apela repetidas veces precisamente a la
vocación recibida directamente del Señor (cf. Rom 1,1; Gál 1,11-12.15-17). La
llamada vocacional es el argumento fundante de su misión. No se ha “apuntado” a
este trabajo por iniciativa propia: ha sido llamado y enviado.
“¡Qué bueno caminar contigo!”
Desde
hace más de 50 años se celebra, en la Iglesia católica, la Jornada Mundial de
Oración por las Vocaciones el IV Domingo de Pascua. Si cada día la Iglesia ora
al Padre por aquellos que han sido llamados al sacerdocio y a la vida
consagrada, esta Jornada es especialmente singular, porque la Palabra de Dios
pone ante la consideración de los fieles la figura del Buen Pastor. Este año,
además, coincide con la celebración, en España, de la Jornada de Vocaciones
Nativas, promovida por la Obra Pontificia de San Pedro Apóstol, que tiene como
finalidad ayudar a la formación y el sostenimiento de las vocaciones que Dios
suscita al ministerio sacerdotal y a la vida consagrada en los territorios de
misión.
Para
celebrar ambas jornadas se propone a las comunidades cristianas el lema “¡Qué
bueno caminar contigo!”. Cuando una persona, generalmente un joven, acepta la
llamada de Dios, experimenta una enorme alegría y gozo. “¡Qué bueno es estar
aquí!”, diría Pedro en el monte Tabor. Esta experiencia contrasta con los
momentos previos, en los que la incertidumbre o la indefinición aparecían como
disuasorias coartadas del miedo y de la preocupación. En el momento en que
Mateo, después de escuchar la llamada, se levanta y lo deja todo, su vida ha
empezado a cambiar, y lo celebra con una fiesta. Es el comienzo de una nueva
etapa, impregnada de amor y de bondad, que ha de recorrer. El secreto de esta
nueva actitud nace de la certeza de que el amor no admite cálculos ni
contraprestaciones: es la entrega radical de uno mismo. Inmediatamente, sin
buscarlo, casi sin desearlo, se experimenta la belleza de la donación. Así, de
manera sencilla, pero heroica, comienza el caminar del discípulo, con la mirada
puesta en la espalda del Maestro que va por delante desbrozando el camino.
No
es un caminar en solitario, sino en compañía. “Caminar contigo”, reza el lema. Las
vocaciones a la vida consagrada y al sacerdocio son “echar a andar” con el
Otro, conscientes de que junto a ellas camina el compañero silencioso, oculto y
a veces “disfrazado”, como les sucedió a los discípulos de Emaús: inicialmente
no le reconocieron, pero se sentían muy a gusto con el “desconocido”; más tarde
descubrirían que era el Resucitado. Cada vocación vive en profundidad esta
certeza de recorrer el camino de la salvación en la cercanía y proximidad de
Jesús. “Caminar contigo” implica, además, que el sendero está repleto de otros
caminantes, con los que el discípulo comparte la experiencia de la fe, la
ilusión de la esperanza y la cercanía del amor. De este modo el recorrido se
hace gratificante y seguro. Cómo se agradece en muchos tramos del camino la
mano amorosa del cirineo que ayuda a llevar la cruz o a levantarse cuando uno
ha podido tropezar.
Vocaciones nativas... en camino
La
mencionada coincidencia de la Jornada de Vocaciones Nativas con el día en que
la Iglesia universal es convocada a orar por las vocaciones es un signo más de
la intrínseca relación entre vocación y misión. Son las laicas francesas Juana
Bigard y su madre, Estefanía, quienes, a finales del siglo XIX, se ponen en
movimiento con el fin de promover las ayudas necesarias para las vocaciones que
inician su singladura en los ámbitos misioneros, dando origen a una iniciativa,
la Obra de San Pedro Apóstol, que más tarde, en 1922, alcanzaría su condición
de “Pontificia”. Habían intuido que la formación de las vocaciones al ministerio
sacerdotal y a la vida consagrada sería garantía para la expansión del
Evangelio.
Desde
el principio ambas advirtieron que era claramente insuficiente con la provisión
de ayudas económicas, aunque fueran necesarias. Se requería, con prioridad,
dotar a estos ámbitos misioneros de una fuerte consistencia espiritual,
enraizada en la adhesión al Evangelio en la persona de Jesucristo. Con este
anclaje se aseguraba que las vocaciones allí surgidas y formadas llevaran en su
entraña la certeza de que eran llamadas no solo a atender a las comunidades de
las que habían salido, sino al mundo entero, como sucedió con los apóstoles. La
vocación-misión, como testimonio del amor divino, resulta especialmente eficaz
cuando se comparte “para que el mundo crea” (Jn 17,21). Por eso, la súplica al
Dueño de la mies para que suscite vocaciones no es para “abastecer” las
necesidades próximas e inmediatas de las urgencias pastorales domésticas, sino
para su disponibilidad a salir de sus límites e ir a donde la Iglesia lo necesite.
Seminarios y noviciados en la
misión
Dios
sigue rompiendo esquemas, llamado a los que quiere y en las circunstancias
menos previsibles, como es el caso de las que llamamos vocaciones nativas.
Cuando parece que se carece de recursos materiales y de la formación adecuada,
surge la llamada a entregar la vida al servicio los más pequeños, de los
enfermos, de los que sufren, de los pobres. La llamada-respuesta es el inicio
de un largo itinerario para el discernimiento y la formación en el mismo ámbito
cultural y social donde esa vocación nació. Más tarde la Iglesia, según viene
siendo desde el principio, les irá enviando a otros lugares para entregar
gratis lo que de modo gratuito han recibido. Su testimonio de vida puede
impulsar a muchos jóvenes a seguir a Cristo y a dar su vida por los demás,
encontrando así la vida verdadera.
A
ellos se suman muchos hombres y mujeres que, movidos por la acción del Espíritu
Santo, han escogido vivir el Evangelio con radicalidad, haciendo profesión de
castidad, pobreza y obediencia. Religiosos y religiosas de vida activa o
contemplativa, que, con su oración perseverante por toda la humanidad o con su
multiforme acción caritativa, dan a todos el testimonio vivo del amor y de la
misericordia de Dios. “Ellos son, por excelencia”, decía Pablo VI, “voluntarios
y libres para abandonar todo y lanzarse a anunciar el Evangelio hasta los
confines de la tierra. [...] Se les encuentra no raras veces en la vanguardia
de la misión y afrontando los más grandes riesgos para su salud y su propia
vida. Sí, en verdad, la Iglesia les debe muchísimo” (Evangelii nuntiandi, 69).
Las
vocaciones que nacen en el surco de la misión son una invitación permanente
para que los bautizados y las comunidades cristianas sientan la urgencia del
agradecimiento a Dios, por seguir suscitando esas vocaciones en los lugares y
momentos más insospechados, y del compromiso para cooperar, de modo que ninguna
se pierda por carecer de medios para su formación. De un modo especial, la
Jornada vocacional del próximo 26 de abril abre nuevos horizontes para que el
Pueblo de Dios manifieste su gratitud por el don de la vocación de especial
consagración y sea muy solícito para caminar a su lado, ayudando con la oración
y la cooperación.