Este
año se celebra el 50 aniversario de la promulgación del Decreto ad Gentes del
Vat.II., es decir, del Decreto que hace referencia a la actividad misionera de
la Iglesia.
Este Decreto, como
todos los Decretos conciliares, sufrió distintas redacciones. Al fin, con una
intervención muy activa en la octava redacción por parte del entonces cardenal
Ratzinger, fue aprobado por una mayoría abrumadora. La mayor que ningún otro
decreto obtuvo en el Concilio.
En el Decreto Ad Gentes
queda meridianamente claro que:” La Iglesia peregrinante es misionera por
naturaleza, puesto que toma su origen de la misión del Hijo y del Espíritu
Santo, según el designio de Dios Padre” (AG 2). Es decir, la Iglesia ha de
seguir la misión que Cristo le encomendó en la persona de los apóstoles antes
de su Ascensión a los cielos:” Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a
toda criatura” (Mac. 16,15).
Sin embargo, en el
postconcilio, esta conciencia clara de la Iglesia respecto a su naturaleza
misionera quedó empañada por la ambigua interpretación que muchos hicieron de
otro Decreto conciliar, el de Libertad Religiosa (Dignitatis humanae), apoyados
en la idea de que todo hombre en cada confesión religiosa, incluso los ateos y
no creyentes, si viven conforme a su conciencia y a la ley natural, pueden
obtener la salvación.
Fue tan impactante esta idea entre los cristianos que incluso
muchos misioneros cayeron en el grave error de creer que su misión no consistía
en anunciar activamente a Cristo y su Evangelio,
sino simplemente estar junto a los hermanos, ayudándoles en sus necesidades. Es
decir, la acción misionera quedaba reducida a una acción puramente social; los
misioneros convertidos en meros cooperantes o asistentes sociales.
A remediar este grave
equívoco salió al paso el Papa Juan Pablo II con una gran encíclica la
“Redemptoris Missio”. Esta encíclica subrayó: 1/ la permanente validez del
mandato misionero de Cristo, 2/ que la Iglesia es signo e instrumento de salvación
para los hombres y “nosotros no podemos menos que hablar, es decir, predicar el
Evangelio. “ (Act. 2, 2), y 3/ que la Misión Ad Gentes conserva toda su valor,
aunque se exhorte al diálogo con otras religiones.
Actualmente hay una
conciencia equilibrada y asentada de lo
que significa la MISION en la Iglesia, más concordante con el Decreto Ad
Gentes. Sin embargo, tras 50 años de su promulgación es inevitable una actualización o renovación
de la pastoral misionera, que nace de esta pregunta: ¿Cómo evangelizar bajo las
nuevas circunstancias?
A modo de respuesta,
muy concisa, podemos decir:
1/ Hay que seguir la
misión Ad Gentes, hacia los que están en lugares lejanos.
2/ Hay que tomarse en
serio la misión entre los que están
junto a nosotros, porque muchos ya no han oído hablar de Jesús y de su
Evangelio. Y también porque muchos de los que estaban antes lejos han venido a
nuestras Iglesias, por la emigración.
3/Hay que fomentar la
misión en los nuevo Areópagos (Medios de comunicación, redes…).
4/ Es urgente la misión
a favor de los pobres y de todas las pobrezas, la mayor de las cuales es no
tener a Dios.
5/Hay que misionar el
campo de sufrimiento y a tantos hombre heridos, que produce nuestra
deshumanizada sociedad.
Todas estas urgencias
misioneras del presente son recogidas, de manera especial, en la exhortación
apostólica Evangelii Gaudium del Papa Francisco, en la que también se refiere a
los cristianos como verdaderos discípulos-misioneros.
Que la celebración del
cincuenta aniversario del Decreto ad Gentes sea un estímulo en toda la Iglesia
y en cada uno de nosotros para reavivar nuestra alma misionera.
Juan José Plaza.
Delegado de misiones de S-Guadalajara.